Por: Francisco
Ulloa Enríquez
Los problemas
de inseguridad y violencia en la ciudad de Latacunga no se solucionan con
declaraciones de las autoridades minimizando el fenómeno, negando su incremento
con engañosas estadísticas o señalando que es cuestión de percepción errónea
producto de la exageración de los medios de comunicación.
La inseguridad
y violencia año tras año crece y poco o nada se hace para enfrentar el asunto
con serias políticas que combinen seguridad con desarrollo urbano. La ausencia
de visión para determinar espacios en los que se promueva un crecimiento
equitativo de la ciudad genera anarquía y esa anarquía, temor por los riesgos cotidianos.
Una ciudad con
una población temerosa, trae como consecuencia que nos auto condenemos a vivir
presos en nuestras propias viviendas a las que dotamos de altos muros coronados
con filosos vidrios o cercas eléctricas y
cámaras de vigilancia, según sea la economía del propietario; ventanas y
puertas enrejadas y con varias chapas de doble llave, en ellas nos encerramos
para evitar perder los pocos bienes materiales que tenemos.
Nuestras casas,
así concebidas, sumadas a las del negocio inmobiliario de ciudadelas privadas,
convierten a la ciudad en un gran presidio del que no se salvan ni siquiera los
espacios públicos ya que para salvaguardarlos de la destrucción de vándalos y
pandilleros enrejamos parques, plazas, complejos deportivos, monumentos. Y nos
privamos de sitios que deberían ser el punto de encuentro para la recreación,
la socialización y el disfrute colectivo de la vida.
La desigualdad
o ausencia de obra pública en el equipamiento urbano tanto de servicios básicos
como de aquellos espacios que reivindican la pertenencia colectiva al barrio,
crea zonas de la ciudad que son segregadas y discriminadas, produciendo miedos
reales e imaginarios a ciertos lugares a los que se los califica de peligrosos.
A esto se añade el rechazo al migrante, especialmente por etnia o región de
procedencia.
La violencia e
inseguridad es mayor cuando la urbe presenta serias deficiencias de alumbrado público,
patrullaje, terrenos sin cerramiento, casas abandonadas; y además cuando las autoridades
no coordinan esfuerzos para regular el funcionamiento de bares, karaokes,
discotecas, prostíbulos y otros “centros de diversión”.
Si las autoridades
locales no zonifican la ciudad, le dan un orden coherente a su funcionamiento,
no actualizan las normas de uso de suelo, seguiremos en tierra de nadie,
haciendo individualmente lo que cada quien cree conveniente para sus intereses.
La anarquía
institucionalizada debe terminar y para ello es necesario enfrentar los
problemas con firmeza, creatividad y altas dosis de democracia participativa.
Es hora de recuperar a
Latacunga concebida como espacio de libertad, liberemos a los parques,
monumentos y demás áreas públicas de sus rejas. La ciudad presidio no garantiza
más seguridad, ya que genera más violencia.
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