jueves, 5 de junio de 2014

HABLEMOS DE PATRIMONIO

Por: Francisco Ulloa Enríquez

Angustiado por la indolencia y quemeimportismo de las autoridades latacungueñas respecto a la salvaguarda del patrimonio arquitectónico del centro histórico de la ciudad, viajé a La Habana en busca de ideas frescas para enfrentar el reto de dirigir en la Universidad Técnica de Cotopaxi un proyecto que plantee sugerencias y estrategias para una gestión efectiva del patrimonio cultural de la ciudad de Latacunga. Me acompañó un joven arquitecto de gran raigambre latacungueña que espero se convierta, en poco tiempo, en el motivador de liderazgos colectivos para defender  estas causas que parecen perdidas en nuestro “Pensil de los Andes”.

Considero que es hora de pasar de los lamentos complacientes ante la inacción al planteamiento de  propuestas,  esperando puedan ser tomadas en cuenta.

En la última campaña electoral, ningún candidato presentó propuestas que demuestren real conocimiento de la complejidad de la gestión de un centro histórico; por ello, considero impostergable incluir en la agenda del debate ciudadano un tema tan delicado. Y que seamos, todos, quienes exijamos a las autoridades en funciones a impulsar de manera seria la formulación de un plan integral de desarrollo y gestión del centro histórico de Latacunga.

Resultan increíbles los contrastes, en nuestra pequeña ciudad andina el centro histórico patrimonial luce abandonado a su suerte, mientras, los conceptos y las acciones para preservar, proteger y desarrollar el patrimonio cultural del centro histórico de La Habana están claros, esto a pesar de pertenecer a un país bloqueado económicamente desde inicios de los años sesenta por el imperio más poderoso del mundo. Este absurdo ha llevado a la “Perla del Caribe” a manejarse por años bajo los principios de un período especial lleno de carencias y limitaciones, sin embargo, los planes y las obras que se despliegan en esa histórica Habana Vieja están a la vista del mundo, y es por ello que cientos de especialistas acuden anualmente al Encuentro de Gestión del Patrimonio Cultural  convocado por  la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Qué satisfacción causa saber que arquitectos, ingenieros, sociólogos, historiadores, arqueólogos, entre otros profesionales trabajan, en permanente diálogo con el pueblo, las iniciativas tendientes a brindar soluciones que no buscan simplemente mejorar la infraestructura y el equipamiento de una ciudad sino que, fundamentalmente, buscan consolidar acciones de orden sociocultural para garantizar que la urbe sea amigable y brinde oportunidades de una vida plena.

En nuestra Latacunga antigua, a la indolencia de las autoridades se suma  la de los propietarios de los bienes patrimoniales, que prefieren dejarlas abandonadas para que se caigan y, así, poder habilitar el predio para parqueaderos o construir feísimas construcciones “modernas” que en algunos casos incluso quieren encubrirlas con fachadas que simulan respetar los conceptos de bienes patrimoniales y terminan por arruinar a esta querida y hospitalaria ciudad.

En La Habana Vieja, creativas soluciones se plantean para mejorar los edificios, la infraestructura básica, el servicio público de transporte, el sistema hotelero; para ofrecer al turista variedad y calidad. Todo ello sin descuidar la esencia de pertenencia de un pueblo a su ciudad; y es allí donde los barrios y sus líderes le brindan a la ciudad una identidad y vivencia -que ninguna urbe cosmopolita del capitalismo es capaz de entregar; esas puertas abiertas permanentemente de iglesias, museos, cafés, bares, barberías, viviendas- para llenarla de calidez, hacerla acogedora y amable entre propios y aquellos que, curiosos, llegamos a visitarla.

En nuestra Latacunga querida, los parques tienen rejas y puertas con candados, las iglesias salvando el tiempo en el que se celebra misa también están cerradas y los museos lucen abandonados en atención y visitantes por la falta de promoción; siendo una ciudad con ríos que recorren la urbe y le valieron el apelativo de “Ciudad de los Puentes”, curiosamente, por la contaminación y basura que a ellos se arroja, nuestras inefables autoridades han tomado la salomónica decisión de invisibilizarlos construyendo enormes y antiestéticas paredes y en los puentes desagradables enrejados.

En La Habana Vieja sus autoridades, sus técnicos y su gente, armónicamente coordinados, desbordan iniciativas para suplir las carencias económicas. En nuestra Latacunga, las autoridades locales se aseguran sus negocios inmobiliarios privados en desmedro del desarrollo de la urbe, los profesionales entregamos un eterno lamento al que se suma la apatía del pueblo y así el tiempo pasa una costosa factura a nuestro patrimonio y al orgullo de saberse latacungueños sea de nacimiento o de corazón.


Es hora de sacudirse, de darnos un baño de sinceridad y empezar a luchar a brazo partido por la ciudad, desde la Universidad y su proyecto “Gestión del Patrimonio del Centro Histórico de Latacunga”,  iniciamos ya y, por lo menos en los próximos tres años que dura el mismo, nos encontrarán buscando espacios en los medios de comunicación para opinar y sugerir,  tocaremos las puertas del sector público y privado para impulsar iniciativas y reuniéndonos con el pueblo en sus barrios, en sus colectivos culturales para intercambiar ideas y garantizar, éste, que ahora es el entusiasmo de pocos, se convierta en la motivación de todos.

martes, 3 de junio de 2014

UNA NUEVA MIRADA A LA HABANA

Por: Francisco Ulloa Enríquez

No recuerdo con exactitud cuántos años han pasado desde la última vez que estuve en la capital cubana; es la ciudad, fuera de mi país, que más veces he visitado y que puedo atreverme a decir la he vivido desde aquellos, hoy ya, lejanos años 90 cuando la conocí.  Eran tiempos del denominado período especial; época grabada por una crisis económica profunda debida a la caída del campo socialista. Eran, entonces, tiempos de carencias absolutas, la comida escasa, la ausencia de carros en la calle porque la gasolina estaba cara y tampoco había; marcaban un ritmo diferente en la ciudad los ejércitos de bicicletas que iban y venían; ante los extensos apagones de energía eléctrica el ingenio cubano se manifestó diciendo que La Habana era un gran árbol de navidad, se encendía aquí y se apagaba allá; y así, la vida de los cubanos que hasta antes de este período especial fue de abundancias e incluso de derroche se convirtió en tiempos de privaciones extremas, el peso cubano había perdido totalmente su capacidad adquisitiva ya que de nada servía tenerlos si no había nada en las tiendas para comprar.

La Habana de los años noventa aún no se entregaba al turismo como fórmula alternativa para generar ingresos; en ella todo era cubanía, se vivía al ritmo del son, del bolero y de la trova; el trabajo voluntario formaba parte de la vivencia anual, el juego del dominó en la calle servía para relacionarse entre vecinos, el entusiasmo de cada cuadra para festejar los aniversarios de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) se expresaba en esa comida comunitaria llamada caldosa, fecha aprovechada para tomarse unos buenos tragos de ron.

Fidel y sus largas, larguísimas intervenciones en televisión formaban parte de la vida cubana, en ellas explicaba, coloquialmente, de esa manera especial en la que un  padre explica a un hijo, sobre las realidades de la vida y cómo enfrentarlas.

La Habana y sus barrios marcan también sus ritmos; La Vieja, la del asiento primigenio, la que mira de frente la bahía y tiene en su seno un puerto resguardado por las fortalezas de El Morro y La Cabaña que, sin faltar un día, a las nueve de la noche suena el cañonazo anunciando su cierre, guarda entre sus estrechas calles uno de los mayores tesoros de la arquitectura colonial americana, en aquellos tiempos daba lástima que sus paseos arbolados lucían descuidados, sus casas  sin mantenimiento se caían a pedazos y sus gentes deambulaban entre escombros y sobrevivían inventando sueños de tener días mejores. Centro Habana, chiquita y apiñada, mostraba iguales síntomas que su hermana La Vieja, siendo la avenida Carlos Tercero, oficialmente bautizada como Salvador Allende, la única que por su amplitud marca los ritmos en ese territorio. El Vedado, no sé el porqué del nombre, sería quizá porque estaba destinado a las grandes casonas, que más parecen mansiones de una clase social que al triunfo de la Revolución debió haber sido la primera en irse para Miami. Sin embargo, a este considero mi barrio en La Habana, en este se enclava la querida Universidad de La Habana, aquella que desarrolla los mejores talentos en las diferentes ciencias y artes, pero que sobre todo sabe forjar hombres y mujeres de pensamiento libre y libertario. De línea hacia el Malecón están las cuadras donde viví en aquellos años en los que llegué para estudiar una maestría; y gracias a mis maestros, maestras y a La Habana aprendí a amar las cosas sencillas de la vida, disfruté de las mejores obras de teatro, recorrí cientos de kilómetros a bordo de mi bicicleta, trabajé en la agricultura, experimenté lo dañino que es un ciclón y aprendí a extrañar a mi familia y a mi Patria.

En este 2014, sentado en una confortable mecedora, en la terraza de mi alquilada vivienda en línea, muy cerquita de donde pasé muchos días y muchas noches estudiando en los años noventa, disfruto del viento fresco que llega del mar, miro el ir y venir de los viejos carros americanos de los años 40 y 50, aquí llamados almendrones, hoy convertidos en taxis, las bicicletas prácticamente han desaparecido del paisaje urbano; la cubanía ahora se ha vuelto diversa y es que el turismo, aun cuando no lo parezca, está pasando factura; los turistas por todas partes transforman la vida diaria de este pueblo sano y cariñoso; hoy el consumismo retorna lentamente; ya que pese a tener dificultades por interconexión y costos los celulares forman parte del nuevo estilo de vida. La Habana Vieja luce intervenida y restaurada con grandes zonas para turistas, una vieja fábrica de aceites cerca del puente de hierro en el límite del Vedado con Miramar es el punto de moda; convertida en restaurante, bar, discoteca, cine y salas de las más variadas expresiones plásticas, es el punto de encuentro para tomarse un ron, una cerveza, comer, escuchar música, conversar, apreciar el arte y mirar lucir las mejores galas de cubanas hermosas que saben mostrar sus encantos, el saber que el baile lo llevan en la sangre y que esos contorneados cuerpos se mueven en éxtasis colectivo mientras en coro les dicen a los yanquis, en los nuevos ritmos caribeños, que cual es su mala leche para que no los dejen vivir en paz.

En La Habana del 2014 ya no todo es béisbol, ahora el fútbol europeo convoca a los jóvenes para mirar los partidos por la tele y poder analizar el partido entre todos; esa práctica en los años noventa se realizaba en el hermoso parque Martí, donde se daban cita los cubanos para en un discutir colectivo y en alta voz apasionarse con los resultados de la Liga Nacional de Béisbol; donde los protagonistas eran las estrellas de Industriales que representaban a La Habana y en los cuales, curiosamente, los equipos de provincias chicas como Pinar del Río, Matanzas o Cienfuegos eran los que marcaban los mayores éxitos de campeonato.

La Habana, esa señorial ciudad que tiene por símbolo a La Giraldilla, esa ciudad que se fundó bajo la sombra de la sagrada ceiba de los afrocubanos que combinan sus dioses y creencias de su África original con la religión católica traída por los españoles; hoy la santería ya no es privativa del pueblo negro, por la mezcla de sangres la practican también aquellos que no tienen identidad africana.

La Habana del 2014 ya no tiene a Fidel dirigiéndola, a no ser por sus reflexiones que se publican en el diario Granma, Raúl está llevando al país a una lenta transición de apertura económica al capital foráneo, al trabajo por cuenta propia, al emprendimiento privado; sin embargo, por alguna disposición constitucional hoy sé que esta cercano también su retiro de la escena política ya que no se permite la reelección para ningún cargo y pueden tener un mandato máximo de cinco años, tiempo que está transcurriendo; la interrogante queda planteada ¿la generación de relevo de la alta dirigencia cubana estará preparada para enfrentar los retos de una sociedad que demanda modernidad, inclusión en la voraz competencia tecnológica e inmersión total en esa sociedad del conocimiento que en un modelo socialista estaría planteando más dudas que certezas?

La Habana, capital de la Perla de las Antillas, sigue siendo cautivadora, cierto es que a veces parece que se viviría en un mega Macondo, de dimensiones gigantescas a las que imaginó García Márquez; sin embargo, en ella se vive y se respira ese realismo mágico que hace que ésta se invente y reinvente día a día y que por ello nos invite a descubrirla y redescubrirla permanentemente.


Para finalizar este breve comentario y utilizando una frase muy cubana diré que mucha juventud ha pasado desde aquel entonces.

jueves, 17 de abril de 2014

POR UN PAÍS AL ALCANCE DE LOS NIÑOS

Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma.

Una educación […] que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas.

Gabriel García Marquez

Los primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de los pájaros, se mareaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para querer que se quedaran. Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de a bordo escribió que los nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole, y tan cándido

Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos.
Era un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los incas, con diez millones de habitantes, tenían un estado legendario bien constituido, con ciudades monumentales en las cumbres andinas para tocar al dios solar. Tenían sistemas magistrales de cuenta y razón, y archivos y memorias de uso popular, que sorprendieron a los matemáticos de Europa, y un culto laborioso de las artes públicas, cuya obra magna fue el jardín del palacio imperial, con árboles y animales de oro y plata en tamaño natural. Los aztecas y lo mayas habían plasmado su conciencia histórica en pirámides sagradas entre volcanes acezantes, y tenían emperadores clarividentes, astrónomos insignes y artesanos sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la utilizaban en los juguetes de los niños.
En la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta mil leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia. Lo habitaban desde hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus identidades propias bien definidas. No tenían una noción de Estado, ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir como iguales en las diferencias. Tenían sistemas antiguos de ciencia y educación, y una rica cosmología vinculada a sus obras de orfebres geniales y alfareros inspirados. Su madurez creativa se había propuesto incorporar el arte a la vida cotidiana -que tal vez sea el destino superior de las artes- y lo consiguieron con aciertos memorables, tanto en los utensilios domésticos como en el modo de ser. El oro y las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio sino un poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar los caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue la razón y la fuerza de la Conquista y la Colonia, y el origen real de lo que somos.
Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce provincias eran semejantes a los de hoy. Esto dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la ilusión de una unidad nacional en el sopor de la Colonia. Ilusión pura, en una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio. Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a no más de un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas que trajeron consigo. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible. Los miles de esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otro dioses remotos. Pero las leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros esclavos, negros libertos, mulatos de distintas escalas. Llegaron a distinguirse hasta dieciocho grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios hijos como blancos criollos.
Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y otros oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios. Los negros carecían de todo, inclusive de un alma; no tenían derecho a entrar en el cielo ni en el infierno, y su sangre se consideraba impura hasta que fuera decantada por cuatro generaciones de blancos. Semejantes leyes no pudieron aplicarse con demasiado rigor por la dificultad de distinguir las intrincadas fronteras de las razas, y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de todos modos aumentaron las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban todavía en los colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros, iguales en la ley, padecen todavía de muchas discriminaciones, además de las propias de la pobreza.
La generación de la Independencia perdió la primera oportunidad de liquidar esa herencia abominable. Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las luces de la revolución francesa, instauró una república moderna de buenas intenciones, pero no logró eliminar los residuos de la Colonia. Ellos mismos no estuvieron a salvo de sus hados maléficos. Simón Bolívar, a los 35 años, había dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros españoles, incluso a los enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28, hizo fusilar a 38 prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante. Algunos de los buenos propósitos de la república propiciaron de soslayo nuevas tensiones sociales de pobres y ricos, obreros y artesanos y otros grupos marginales. La ferocidad de las guerras civiles del siglo XIX no fue ajena a esas desigualdades, como no lo fueron las numerosas conmociones políticas que han dejado un rastro de sangre a lo largo de nuestra historia.
Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra identidad. Uno es el don de la creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal. Ambos, ayudados por una astucia casi sobrenatural, y tan útil para el bien como para el mal, fueron un recurso providencial de los indígenas contra los españoles desde el día mismo del desembarco. Para quitárselos de encima, mandaron a Colón de isla en isla, siempre a la isla siguiente, en busca de un rey vestido de oro que no había existido nunca. A los conquistadores alucinados por las novelas de caballería los engatusaron con descripciones de ciudades fantásticas construidas en oro puro, allí mismo, al otro lado de la loma. A todos los descaminaron con la fábula de El Dorado mítico que una vez al año se sumergía en su laguna sagrada con el cuerpo empolvado de oro. Tres obras maestras de una epopeya nacional, utilizadas por los indígenas como un instrumento para sobrevivir. Tal vez de esos talentos precolombinos nos viene también una plasticidad extraordinaria para asimilarnos con rapidez a cualquier medio y aprender sin dolor los oficios más disímiles: fakires en la India, camelleros en el Sahara o maestros de inglés en Nueva York.
Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con un espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos cinco millones de colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca inadvertidos. La cualidad con que se les distingue en el folclor del mundo entero es que ningún colombiano se deja morir de hambre. Sin embargo, la virtud que más se les nota es que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia.
Así es. Han asimilado las costumbres y las lenguas de otros como las propias, pero nunca han podido sacudirse del corazón las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión de expresarlo con toda clase de actos patrióticos para exaltar lo que añoran de la tierra distante, inclusive sus defectos.
En el país menos pensado puede encontrarse a la vuelta de una esquina la reproducción en vivo de un rincón cualquiera de Colombia: la plaza de árboles polvorientos todavía con las guirnaldas de papel del último viernes fragoroso, la fonda con el nombre del pueblo inolvidado y los aromas desgarradores de la cocina de mamá, la escuela 20 de Julio junto a la cantina 7 de Agosto con la música para llorar por la novia que nunca fue.
La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en un país de puertas cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y las artes, para borrar los vicios de una España más papista que el Papa y todavía escaldada por el acoso financiero de los judíos y por ochocientos años de ocupación islámica. Los radicales del siglo XIX, y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del mestizaje, pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los demonios exteriores. Aun hoy estamos lejos de imaginar cuánto dependemos del vasto mundo que ignoramos.
Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan. Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita.
Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición congénitas, y contraría la imaginación, la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso.
Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.
Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que muchas veces la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso -y Dios nos libre- todos somos capaces de todo.
Tal vez una reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra eterna contra la adversidad. Tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad: queremos siempre un poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía imposible, mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aun contra la ley. Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.
La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños.

Publicación: eltiempo.com
Sección: Otros
Fecha de publicación: 23 de julio de 1994

viernes, 11 de abril de 2014

A LOS MAESTROS DE COTOPAXI

Por: Francisco Ulloa Enríquez

El 13 de abril de 1832 nació en Ambato el ilustre escritor y polemista ecuatoriano Juan Montalvo, en homenaje a este ilustre ecuatoriano el Dr. Alfredo Baquerizo Moreno en su calidad de Presidente de la República en el año de 1920 designó al 13 de Abril como el Día Clásico del Maestro Ecuatoriano. El decreto en mención textualmente señala:
DÍA DEL MAESTRO*
(13 de Abril)
Alfredo Baquerizo Moreno,
Presidente Constitucional de la República
Considerando:
Que es menester honrar al Preceptor ecuatoriano, factor importantísimo de la Cultura popular;
Que el día del nacimiento del Ilustre escritor don Juan Montalvo es el más adecuado para este fin.


Decreta:

Art. 1.- El 13 de Abril de cada año, celébrese en toda la República la Fiesta del Maestro.
Art. 2.- Los Consejos Escolares reglamentarán esta Fiesta en la respectiva provincia y votarán, además, las cantidades necesarias para el objeto.
Art. 3.- El Ministro de Instrucción Pública queda encargado de la ejecución del presente Decreto.


Dado en el Palacio Nacional, en Quito a 29 de mayo de 1920.

A. Baquerizo Moreno
El Ministro de Instrucción Pública M.E. Escudero
Es copia.- El Subsecretario de Instrucción Pública, José María Suárez M. Promulgado en el Registro Oficial N° 1109 del 10 de junio de 1920.
* Tomado del Libro Perfiles Eternos del Prof. Germán Arteta Vargas.

Posteriormente y en sucesivas resoluciones de carácter ministerial fueron incorporados como ejemplo de insignes educadores ecuatorianos Federico Gonzáles Suárez, Luis Felipe Borja, Víctor Manuel Peñaherrera, Pío Jaramillo Alvarado, el Hno. Miguel, Manuela Cañizares y Dolores Sucre. Por ahora no me detendré a efectuar mayores comentarios respecto a estos referentes, sugiero sean ustedes quienes investiguen y adopten una postura analítico crítica, de todas maneras el viejo adagio popular de que “no están todos los que son y todos los que son no están” podría ser válido.

En los países de América la fecha de celebración fue determinada en la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas; el texto señala:

LA PRIMERA CONFERENCIA DE MINISTROS Y DIRECTORES DE EDUCACIÓN DE LAS REPÚBLICAS AMERICANAS
Considerando:
Que es actividad fundamental de la Escuela la educación de los sentimientos, por cuyo motivo no debe olvidarse que entre ellos figura en primer plano la gratitud y devoción debidas al maestro de la escuela primaria, que con su abnegación y su sacrificio guía los primeros pasos de nuestras generaciones y orienta el porvenir espiritual y cultural de nuestros pueblos;

Que ninguna fecha ha de ser más oportuna para celebrar el día del maestro que el 11 de septiembre, día en que pasó a la inmortalidad, el año 1888, el glorioso argentino Domingo Faustino Sarmiento, maestro de maestros, quien entre otras valiosas ejecutorias que lo acreditan como insigne ciudadano de América cuenta la de haber sido el primer Director de la centenaria Escuela Nacional de Preceptores que abrió sus puertas en Santiago de Chile el 14 de junio de 1842,

Resuelve:
Se declara Día del Maestro en todos los países del Continente Americano el 11 de Septiembre.
Dado y firmado(1 de Octubre de 1943).

Fuente: Ambas Américas Revista de Educación, Bibliografía y Agricultura Fundada por D.F. Sarmiento en Nueva York en 1867, Pág. 7 Nº5 septiembre de 1993.

Por su parte, la UNESCO señaló al 5 de Octubre como el Día Mundial del Maestro; esto porque el 5 de octubre de 1966, los docentes del mundo entero consiguieron que la Conferencia Intergubernamental Especial aprobara la Recomendación OIT /UNESCO relativa a la situación del personal docente (por la que, por primera vez en la historia, se otorgaba a los docentes a nivel mundial un instrumento que definía sus responsabilidades y afirmaba sus derechos. Al adoptar esta recomendación, los gobiernos reconocieron unánimemente la importancia que reviste para toda sociedad contar con docentes capaces, cualificados y motivados.

La celebración del Día del Maestro debe servir, entre otras cosas, para renovar el análisis critico de los roles de la educación y de los educadores en esta era de grandes avances tecnológicos.

Una educación moderna es aquella que tiene una sólida base científica y esta aporta para orientar y fortalecer la originalidad y la autoctonía de nuestros pueblos de Latinoamérica.

Recomiendo acercarnos al conocimiento de hombres y mujeres que sintetizan en sí la historia de nuestra naciones, que supieron fundar ideales y que a pesar de los años que han transcurrido su obra sigue en pie.

La misión de formar a las nuevas generaciones, de forjar espíritus y voluntades, de transformar conciencias, de dedicar sus vidas a luchar por causas justas de los pueblos, se hace realidad en tanto y en cuanto tengamos claro conocimiento de nuestros referentes históricos, de aquellos que siendo al igual que nosotros, seres humanos de carne y hueso, con virtudes y defectos supieron jugar un rol protagónico en la forja de nuestros pueblos; solo a modo de ejemplo y dejando señalado que antes mencioné a los referentes ecuatorianos en las que incluiría a Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, Rosita Paredes, al cura Proaño;  podría mencionar que no esta por demás conocer el pensamiento de educadores latinoamericanos como: los cubanos José de la Luz y Caballero, Félix Varela, Enrique José Varona; el argentino Sarmiento; el venezolano Simón Rodríguez; el brasileño Paulo Freire; o de políticos de la talla de Martí, Fidel, el Che, Simón Bolívar, Sucre, por mencionar unos cuantos nombres en los que me he resistido a mencionar a políticos ecuatorianos, por considerar que los aportes de estos en cuanto a ejemplo de vida y entrega a la construcción de una nación no llega a tener la trascendencia y proyección internacional que se equipare a los que ya he mencionado.

Un reclamo del nuevo milenio es recurrir a la historia de aquellos seres humanos que siguen haciendo historia, y que nos hacen sentir orgullosos de ser latinoamericanos; debemos crear espacios que vayan mas allá de la institución educativa y se traduzcan en tribunas, en hogares.

Es hora de combatir vigorosamente la desideologización y la desvalorización de lo nuestro, y para ello el educador del siglo XXI debe ser un EDUCADOR SOCIAL y convertir a la educación en un  fenómeno social.

El momento que esto ocurra el educador social emergerá de los procesos educativos que puedan gestarse indistintamente en una reunión familiar, en una tribuna, en una movilización, mediante comunicaciones orales o escritas, en un establecimiento educativo, en la comunidad; todo esto es posible mediante el ejemplo. A mi modo de ver el educador social es un producto socio histórico que parte de la realidad objetiva en correspondencia con el contexto y contribuye al desarrollo multifactorial y multidimensional del individuo; Martí decía: “educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive; es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podría salir a flote; es preparar al hombre para la vida”.

Para lograr una sociedad culta en correspondencia con el desarrollo de la ciencia y la tecnología donde se manifiesta la relación entre la instrucción del pensamiento y la dirección de los sentimientos.

Aquí, nuevamente Martí nos ayuda a explicar lo dicho: “Instrucción no es lo mismo que educación aquella se refiere al pensamiento, y ésta principalmente a los sentimientos. Sin embargo no hay buena educación sin instrucción. Las cualidades morales suben de precio cuando están realzadas por las cualidades inteligentes”.

El rol del educador social será determinado mediante esta relación dialéctica inseparable, en función de los intereses de la sociedad y evidenciando en el modelo de ser humano que se aspire formar y según el proyecto social de que se trate.

Debemos con firmeza educar para la vida, es hora de dejar atrás el inútil utilitarismo capitalista de formar mano de obra calificada barata; Martí señalaba que:” la educación a de ir a donde va la vida. Es insensato que la educación ocupe el único tiempo de preparación que tiene el hombre, en no prepararlo. La educación ha de dar los medios de resolver los problemas que la vida ha de presentar. Los grandes problemas humanos son: la conservación de la existencia, y el logro de los medios de hacerle grata y pacífica”.

En el mundo se observa, como tendencia posmodernista, el menosprecio de las ricas tradiciones históricas y culturales, los ecuatorianos debemos abrazar nuestra historia y nuestras culturas para combatir el fantasma globalizador.

Debemos hacer que germine el sentido heroico de la vida y el amor a la independencia, a la libertad y a la dignidad humana.

La globalización neoliberal tiene armas para destruir identidades; en contraposición es necesario desarrollar una sociedad educativa sobre el fundamento de las enseñanzas de nuestros próceres, el pensamiento político y filosófico ecuatoriano y lo más progresista del latinoamericano y universal.


Recuerden, estimados colegas, que el carácter bancario, domesticador y memorístico de la educación desde la segunda mitad del pasado siglo, conduce a concepciones tecnicistas, que distan mucho del objeto social de este proceso.

No debemos olvidarnos que en muchas universidades es más la pompa que la ciencia, y en muchos casos la cacería de talentos deportivos para mostrarlos como imagen de excelencia que el cultivo masificador de la cultura física y el enriquecedor néctar de la buena lectura.

Es necesario en estos tiempos saber combatir el encierro de una ciencia sin conciencia y para ello hay que saber combinar lo histórico, cultural, afectivo y emocional para construir una personalidad más integral y versátil con las cualidades que requiere el ciudadano comprometido con las causas justas.
Mi invitación es a:
-       Una actuación consecuente con una educación ideo política, patriótica y revolucionaria.
-       Al dominio de los elementos básicos de la cultura local y universal.
-       A la comprensión de la historia y su papel en la contemporaneidad.
-       Al dominio del conocimiento científico, tecnológico, acordes con los retos del tercer milenio.

En fin, mi llamado es para invitarnos todos a desarrollar una educación para liberar hombres y pueblos.


¡VIVA EL DÍA DEL MAESTRO ECUATORIANO!