Por Francisco Ulloa Enríquez
La firma de los acuerdos de paz
entre el Gobierno de Colombia y las FARC, sin duda, es un suceso que nos alegra
a todos quienes creemos que en este siglo XXI deben ponerse fin a las
confrontaciones armadas.
A los ecuatorianos, el estado de
guerra que ha vivido Colombia por más de seis décadas, nos ha acarreado
conflictos que van desde tener que atender, sin estar debidamente preparados, a
miles de refugiados y sufrir los efectos colaterales de la violencia generada
por la delincuencia organizada, que ha hecho del país lugar de tránsito del
tráfico de drogas y espacio propicio para que el secuestro y el sicariato hayan
aparecido con las lógicas consecuencias de inseguridad.
Los acuerdos de paz suscritos en
la Habana y ratificados en Cartagena nos ofrecen lecturas esperanzadoras para
un pueblo bueno como el colombiano y para los países latinoamericanos, más aún
para nosotros que somos vecinos y compartimos una frontera extensa que por años
ha sido caliente.
La paz crea serios desafíos para
el actual y los venideros gobiernos
colombianos que tendrán que desarrollar acciones tendientes a acabar con las
fuertes inequidades generadoras de un problema político causante de cientos de
miles de víctimas. Estos acuerdos, entre otras cosas, deben motivar a una
progresiva disminución de un gigantesco ejército demandante de enormes recursos
económicos, los mismos que podrían servir para cumplir con ofertas de obras de
atención prioritaria a amplios sectores campesinos pobres que fueron obligados
como única opción a cultivar la coca como medio de subsistencia, sirviendo
inconscientemente a carteles poderosos que ahondaron los problemas de Colombia.
El Ecuador también deberá
redefinir su actuación en la frontera, para otorgar nuevas y mejores
oportunidades a nuestros coterráneos que por años han aprendido a lidiar con guerrilleros, ejércitos
de Colombia y Ecuador, paramilitares y bandas delincuenciales.
Los países latinoamericanos
consolidando su unidad, una vez más, en el marco del respeto a la
autodeterminación de los pueblos y a su soberanía, deberán garantizar que el
subcontinente sea un gran territorio de paz, y para ello ya no existirá ninguna
excusa que perpetúe la imperial y absurda presencia de bases militares norteamericanas.
La paz en Colombia plantea aún
muchas interrogantes y expectativas, que
con convicción y cumplimiento de los compromisos creará condiciones favorables
para bien de todos, es por ello que no solo nos entusiasma sino que además nos
invita a ser observadores serios de este delicado asunto llamado a constituirse
en uno de los hitos históricos de principios de siglo para Sudamérica.