jueves, 1 de noviembre de 2018

Los cementerios: espacios simbólicos de la memoria social


Cuando se acerca el 2 de noviembre de cada año, los cementerios o “panteones” presentan una inusual actividad,  ya que autoridades y ciudadanos arreglan el lugar que permanece casi olvidado el resto del tiempo. Estos espacios, con una carga simbólica y espiritual fuerte, establecen una nueva forma de relación social ya que es allí donde se combinan y trascienden los sentimientos afectivos de familiares y amistades para con aquellos que ya no están.
La memoria social fluye en función de las concepciones sobre la vida y la muerte que cada núcleo social tiene. Los cementerios, a través de las tumbas, evocan el paso de la historia, reactivan en el cerebro vivencias de un ayer lejano o cercano, traen reminiscencias y añoranzas de nuestros seres queridos y nos recuerdan la transitoriedad de la vida.
Las fragantes flores o las comidas típicas se llevan a los cementerios en noviembre, estos comportamientos sociales dependen de las diversas creencias, concepciones religiosas o cosmovisión andina. En cada tumba, nicho, mausoleo, necrópolis, osario está escrita la historia de las gentes de nuestros pueblos. Este acervo identitario matizado por la herencia indo – hispana – africana que con el paso del tiempo se refleja en los sincretismos religiosos que hoy forman parte de nuestra aún desigual relación intercultural.
En los diferentes hogares, en las iglesias y templos religiosos, alrededor y dentro de los panteones se presentan comportamientos que establecen la relación entre la vida y la muerte. El dos de noviembre se convierte en la fecha icónica en la que recordamos, visitamos y hasta conversamos con quienes se “han adelantado “en el camino. Esta peculiar forma de trascendencia es un símbolo de permanencia en la vida de los que ya no están.
Las costumbres y tradiciones gastronómicas de estos días forman parte de la representación simbólica de las familias, es así como la colada morada, las guaguas de pan, el champús, entre otros son los que convocan a compartir y departir.
Las urgencias de la posmodernidad y las tecnologías de la información han irrumpido con inusitada fuerza en la transformación de los estilos de vida, llevándonos a adoptar estereotipos de culturas dominantes que aprovechando el mercadeo, “márquetin le dicen los noveleros”, hacen que “Halloween” sea la que marque el paso de las reuniones sociales y nos lleve a un saludo apresurado por “Facebook” a los antepasados antes de salir “soplados” a las playas de moda para romper el “estrés” de agitadas existencias, que más tarde o más temprano darán con nuestros huesos en un cementerio.
Finalmente, esos espacios construidos llamados cementerios deben merecer más atención por parte de las autoridades, las llamadas “manito de gato” donde apresurados pintores y jardineros tratan de hacerlos presentables a los ojos de los todavía numerosos visitantes, no son suficientes. En  Latacunga encontramos cementerios abandonados como el de San Sebastián, en los demás la ausencia de instalaciones acordes con las demandas de salubridad y de gestión administrativa moderna son una constante; las normas obligan a los GADs municipales a prestar servicios de: inhumación, exhumación, traslado, tránsito, velatorio, reducción, cremación, osario, morgue con equipamiento adecuado, instalaciones de agua, energía eléctrica, personal de mantenimiento suficiente, en resumidas cuentas muchas son las carencias para que podamos afirmar que los muertos descansan en paz.