Cuando se acerca el 2 de
noviembre de cada año, los cementerios o “panteones” presentan una inusual
actividad, ya que autoridades y
ciudadanos arreglan el lugar que permanece casi olvidado el resto del tiempo. Estos
espacios, con una carga simbólica y espiritual fuerte, establecen una nueva
forma de relación social ya que es allí donde se combinan y trascienden los
sentimientos afectivos de familiares y amistades para con aquellos que ya no
están.
La memoria social fluye
en función de las concepciones sobre la vida y la muerte que cada núcleo social
tiene. Los cementerios, a través de las tumbas, evocan el paso de la historia,
reactivan en el cerebro vivencias de un ayer lejano o cercano, traen reminiscencias
y añoranzas de nuestros seres queridos y nos recuerdan la transitoriedad de la
vida.
Las fragantes flores o
las comidas típicas se llevan a los cementerios en noviembre, estos
comportamientos sociales dependen de las diversas creencias, concepciones
religiosas o cosmovisión andina. En cada tumba, nicho, mausoleo, necrópolis,
osario está escrita la historia de las gentes de nuestros pueblos. Este acervo
identitario matizado por la herencia indo – hispana – africana que con el paso
del tiempo se refleja en los sincretismos religiosos que hoy forman parte de
nuestra aún desigual relación intercultural.
En los diferentes
hogares, en las iglesias y templos religiosos, alrededor y dentro de los
panteones se presentan comportamientos que establecen la relación entre la vida
y la muerte. El dos de noviembre se convierte en la fecha icónica en la que
recordamos, visitamos y hasta conversamos con quienes se “han adelantado “en el
camino. Esta peculiar forma de trascendencia es un símbolo de permanencia en la
vida de los que ya no están.
Las costumbres y
tradiciones gastronómicas de estos días forman parte de la representación
simbólica de las familias, es así como la colada morada, las guaguas de pan, el
champús, entre otros son los que convocan a compartir y departir.
Las urgencias de la
posmodernidad y las tecnologías de la información han irrumpido con inusitada fuerza
en la transformación de los estilos de vida, llevándonos a adoptar estereotipos
de culturas dominantes que aprovechando el mercadeo, “márquetin le dicen los
noveleros”, hacen que “Halloween” sea la que marque el paso de las reuniones
sociales y nos lleve a un saludo apresurado por “Facebook” a los antepasados
antes de salir “soplados” a las playas de moda para romper el “estrés” de agitadas
existencias, que más tarde o más temprano darán con nuestros huesos en un
cementerio.
Finalmente, esos
espacios construidos llamados cementerios deben merecer más
atención por parte de las autoridades, las llamadas “manito de gato” donde
apresurados pintores y jardineros tratan de hacerlos presentables a los ojos de
los todavía numerosos visitantes, no son suficientes. En Latacunga encontramos cementerios abandonados
como el de San Sebastián, en los demás la ausencia de instalaciones acordes con
las demandas de salubridad y de gestión administrativa moderna son una
constante; las normas obligan a los GADs municipales a prestar servicios de:
inhumación, exhumación, traslado, tránsito, velatorio, reducción, cremación,
osario, morgue con equipamiento adecuado, instalaciones de agua, energía
eléctrica, personal de mantenimiento suficiente, en resumidas cuentas muchas
son las carencias para que podamos afirmar que los muertos descansan en paz.