Por: Francisco Ulloa Enríquez
No
recuerdo con exactitud cuántos años han pasado desde la última vez que estuve
en la capital cubana; es la ciudad, fuera de mi país, que más veces he visitado
y que puedo atreverme a decir la he vivido desde aquellos, hoy ya, lejanos años
90 cuando la conocí. Eran tiempos del
denominado período especial; época grabada por una crisis económica profunda
debida a la caída del campo socialista. Eran, entonces, tiempos de carencias
absolutas, la comida escasa, la ausencia de carros en la calle porque la
gasolina estaba cara y tampoco había; marcaban un ritmo diferente en la ciudad
los ejércitos de bicicletas que iban y venían; ante los extensos apagones de
energía eléctrica el ingenio cubano se manifestó diciendo que La Habana era un
gran árbol de navidad, se encendía aquí y se apagaba allá; y así, la vida de
los cubanos que hasta antes de este período especial fue de abundancias e
incluso de derroche se convirtió en tiempos de privaciones extremas, el peso
cubano había perdido totalmente su capacidad adquisitiva ya que de nada servía
tenerlos si no había nada en las tiendas para comprar.
La
Habana de los años noventa aún no se entregaba al turismo como fórmula
alternativa para generar ingresos; en ella todo era cubanía, se vivía al ritmo
del son, del bolero y de la trova; el trabajo voluntario formaba parte de la
vivencia anual, el juego del dominó en la calle servía para relacionarse entre
vecinos, el entusiasmo de cada cuadra para festejar los aniversarios de los CDR
(Comités de Defensa de la Revolución) se expresaba en esa comida comunitaria
llamada caldosa, fecha aprovechada para tomarse unos buenos tragos de ron.
Fidel
y sus largas, larguísimas intervenciones en televisión formaban parte de la vida
cubana, en ellas explicaba, coloquialmente, de esa manera especial en la que
un padre explica a un hijo, sobre las
realidades de la vida y cómo enfrentarlas.
La
Habana y sus barrios marcan también sus ritmos; La Vieja, la del asiento
primigenio, la que mira de frente la bahía y tiene en su seno un puerto
resguardado por las fortalezas de El Morro y La Cabaña que, sin faltar un día, a
las nueve de la noche suena el cañonazo anunciando su cierre, guarda entre sus
estrechas calles uno de los mayores tesoros de la arquitectura colonial
americana, en aquellos tiempos daba lástima que sus paseos arbolados lucían
descuidados, sus casas sin mantenimiento
se caían a pedazos y sus gentes deambulaban entre escombros y sobrevivían
inventando sueños de tener días mejores. Centro Habana, chiquita y apiñada, mostraba
iguales síntomas que su hermana La Vieja, siendo la avenida Carlos Tercero,
oficialmente bautizada como Salvador Allende, la única que por su amplitud
marca los ritmos en ese territorio. El Vedado, no sé el porqué del nombre,
sería quizá porque estaba destinado a las grandes casonas, que más parecen
mansiones de una clase social que al triunfo de la Revolución debió haber sido
la primera en irse para Miami. Sin embargo, a este considero mi barrio en La
Habana, en este se enclava la querida Universidad de La Habana, aquella que
desarrolla los mejores talentos en las diferentes ciencias y artes, pero que
sobre todo sabe forjar hombres y mujeres de pensamiento libre y libertario. De
línea hacia el Malecón están las cuadras donde viví en aquellos años en los que
llegué para estudiar una maestría; y gracias a mis maestros, maestras y a La
Habana aprendí a amar las cosas sencillas de la vida, disfruté de las mejores
obras de teatro, recorrí cientos de kilómetros a bordo de mi bicicleta, trabajé
en la agricultura, experimenté lo dañino que es un ciclón y aprendí a extrañar
a mi familia y a mi Patria.
En
este 2014, sentado en una confortable mecedora, en la terraza de mi alquilada
vivienda en línea, muy cerquita de donde pasé muchos días y muchas noches
estudiando en los años noventa, disfruto del viento fresco que llega del mar,
miro el ir y venir de los viejos carros americanos de los años 40 y 50, aquí
llamados almendrones, hoy convertidos en taxis, las bicicletas prácticamente
han desaparecido del paisaje urbano; la cubanía ahora se ha vuelto diversa y es
que el turismo, aun cuando no lo parezca, está pasando factura; los turistas
por todas partes transforman la vida diaria de este pueblo sano y cariñoso; hoy
el consumismo retorna lentamente; ya que pese a tener dificultades por
interconexión y costos los celulares forman parte del nuevo estilo de vida. La
Habana Vieja luce intervenida y restaurada con grandes zonas para turistas, una
vieja fábrica de aceites cerca del puente de hierro en el límite del Vedado con
Miramar es el punto de moda; convertida en restaurante, bar, discoteca, cine y
salas de las más variadas expresiones plásticas, es el punto de encuentro para
tomarse un ron, una cerveza, comer, escuchar música, conversar, apreciar el
arte y mirar lucir las mejores galas de cubanas hermosas que saben mostrar sus
encantos, el saber que el baile lo llevan en la sangre y que esos contorneados
cuerpos se mueven en éxtasis colectivo mientras en coro les dicen a los yanquis,
en los nuevos ritmos caribeños, que cual es su mala leche para que no los dejen
vivir en paz.
En
La Habana del 2014 ya no todo es béisbol, ahora el fútbol europeo convoca a los
jóvenes para mirar los partidos por la tele y poder analizar el partido entre
todos; esa práctica en los años noventa se realizaba en el hermoso parque
Martí, donde se daban cita los cubanos para en un discutir colectivo y en alta
voz apasionarse con los resultados de la Liga Nacional de Béisbol; donde los
protagonistas eran las estrellas de Industriales que representaban a La Habana
y en los cuales, curiosamente, los equipos de provincias chicas como Pinar del
Río, Matanzas o Cienfuegos eran los que marcaban los mayores éxitos de
campeonato.
La
Habana, esa señorial ciudad que tiene por símbolo a La Giraldilla, esa ciudad
que se fundó bajo la sombra de la sagrada ceiba de los afrocubanos que combinan
sus dioses y creencias de su África original con la religión católica traída
por los españoles; hoy la santería ya no es privativa del pueblo negro, por la
mezcla de sangres la practican también aquellos que no tienen identidad
africana.
La
Habana del 2014 ya no tiene a Fidel dirigiéndola, a no ser por sus reflexiones
que se publican en el diario Granma, Raúl está llevando al país a una lenta
transición de apertura económica al capital foráneo, al trabajo por cuenta
propia, al emprendimiento privado; sin embargo, por alguna disposición
constitucional hoy sé que esta cercano también su retiro de la escena política
ya que no se permite la reelección para ningún cargo y pueden tener un mandato
máximo de cinco años, tiempo que está transcurriendo; la interrogante queda
planteada ¿la generación de relevo de la alta dirigencia cubana estará
preparada para enfrentar los retos de una sociedad que demanda modernidad,
inclusión en la voraz competencia tecnológica e inmersión total en esa sociedad
del conocimiento que en un modelo socialista estaría planteando más dudas que
certezas?
La
Habana, capital de la Perla de las Antillas, sigue siendo cautivadora, cierto
es que a veces parece que se viviría en un mega Macondo, de dimensiones
gigantescas a las que imaginó García Márquez; sin embargo, en ella se vive y se
respira ese realismo mágico que hace que ésta se invente y reinvente día a día
y que por ello nos invite a descubrirla y redescubrirla permanentemente.
Para
finalizar este breve comentario y utilizando una frase muy cubana diré que
mucha juventud ha pasado desde aquel entonces.
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