martes, 3 de junio de 2014

UNA NUEVA MIRADA A LA HABANA

Por: Francisco Ulloa Enríquez

No recuerdo con exactitud cuántos años han pasado desde la última vez que estuve en la capital cubana; es la ciudad, fuera de mi país, que más veces he visitado y que puedo atreverme a decir la he vivido desde aquellos, hoy ya, lejanos años 90 cuando la conocí.  Eran tiempos del denominado período especial; época grabada por una crisis económica profunda debida a la caída del campo socialista. Eran, entonces, tiempos de carencias absolutas, la comida escasa, la ausencia de carros en la calle porque la gasolina estaba cara y tampoco había; marcaban un ritmo diferente en la ciudad los ejércitos de bicicletas que iban y venían; ante los extensos apagones de energía eléctrica el ingenio cubano se manifestó diciendo que La Habana era un gran árbol de navidad, se encendía aquí y se apagaba allá; y así, la vida de los cubanos que hasta antes de este período especial fue de abundancias e incluso de derroche se convirtió en tiempos de privaciones extremas, el peso cubano había perdido totalmente su capacidad adquisitiva ya que de nada servía tenerlos si no había nada en las tiendas para comprar.

La Habana de los años noventa aún no se entregaba al turismo como fórmula alternativa para generar ingresos; en ella todo era cubanía, se vivía al ritmo del son, del bolero y de la trova; el trabajo voluntario formaba parte de la vivencia anual, el juego del dominó en la calle servía para relacionarse entre vecinos, el entusiasmo de cada cuadra para festejar los aniversarios de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) se expresaba en esa comida comunitaria llamada caldosa, fecha aprovechada para tomarse unos buenos tragos de ron.

Fidel y sus largas, larguísimas intervenciones en televisión formaban parte de la vida cubana, en ellas explicaba, coloquialmente, de esa manera especial en la que un  padre explica a un hijo, sobre las realidades de la vida y cómo enfrentarlas.

La Habana y sus barrios marcan también sus ritmos; La Vieja, la del asiento primigenio, la que mira de frente la bahía y tiene en su seno un puerto resguardado por las fortalezas de El Morro y La Cabaña que, sin faltar un día, a las nueve de la noche suena el cañonazo anunciando su cierre, guarda entre sus estrechas calles uno de los mayores tesoros de la arquitectura colonial americana, en aquellos tiempos daba lástima que sus paseos arbolados lucían descuidados, sus casas  sin mantenimiento se caían a pedazos y sus gentes deambulaban entre escombros y sobrevivían inventando sueños de tener días mejores. Centro Habana, chiquita y apiñada, mostraba iguales síntomas que su hermana La Vieja, siendo la avenida Carlos Tercero, oficialmente bautizada como Salvador Allende, la única que por su amplitud marca los ritmos en ese territorio. El Vedado, no sé el porqué del nombre, sería quizá porque estaba destinado a las grandes casonas, que más parecen mansiones de una clase social que al triunfo de la Revolución debió haber sido la primera en irse para Miami. Sin embargo, a este considero mi barrio en La Habana, en este se enclava la querida Universidad de La Habana, aquella que desarrolla los mejores talentos en las diferentes ciencias y artes, pero que sobre todo sabe forjar hombres y mujeres de pensamiento libre y libertario. De línea hacia el Malecón están las cuadras donde viví en aquellos años en los que llegué para estudiar una maestría; y gracias a mis maestros, maestras y a La Habana aprendí a amar las cosas sencillas de la vida, disfruté de las mejores obras de teatro, recorrí cientos de kilómetros a bordo de mi bicicleta, trabajé en la agricultura, experimenté lo dañino que es un ciclón y aprendí a extrañar a mi familia y a mi Patria.

En este 2014, sentado en una confortable mecedora, en la terraza de mi alquilada vivienda en línea, muy cerquita de donde pasé muchos días y muchas noches estudiando en los años noventa, disfruto del viento fresco que llega del mar, miro el ir y venir de los viejos carros americanos de los años 40 y 50, aquí llamados almendrones, hoy convertidos en taxis, las bicicletas prácticamente han desaparecido del paisaje urbano; la cubanía ahora se ha vuelto diversa y es que el turismo, aun cuando no lo parezca, está pasando factura; los turistas por todas partes transforman la vida diaria de este pueblo sano y cariñoso; hoy el consumismo retorna lentamente; ya que pese a tener dificultades por interconexión y costos los celulares forman parte del nuevo estilo de vida. La Habana Vieja luce intervenida y restaurada con grandes zonas para turistas, una vieja fábrica de aceites cerca del puente de hierro en el límite del Vedado con Miramar es el punto de moda; convertida en restaurante, bar, discoteca, cine y salas de las más variadas expresiones plásticas, es el punto de encuentro para tomarse un ron, una cerveza, comer, escuchar música, conversar, apreciar el arte y mirar lucir las mejores galas de cubanas hermosas que saben mostrar sus encantos, el saber que el baile lo llevan en la sangre y que esos contorneados cuerpos se mueven en éxtasis colectivo mientras en coro les dicen a los yanquis, en los nuevos ritmos caribeños, que cual es su mala leche para que no los dejen vivir en paz.

En La Habana del 2014 ya no todo es béisbol, ahora el fútbol europeo convoca a los jóvenes para mirar los partidos por la tele y poder analizar el partido entre todos; esa práctica en los años noventa se realizaba en el hermoso parque Martí, donde se daban cita los cubanos para en un discutir colectivo y en alta voz apasionarse con los resultados de la Liga Nacional de Béisbol; donde los protagonistas eran las estrellas de Industriales que representaban a La Habana y en los cuales, curiosamente, los equipos de provincias chicas como Pinar del Río, Matanzas o Cienfuegos eran los que marcaban los mayores éxitos de campeonato.

La Habana, esa señorial ciudad que tiene por símbolo a La Giraldilla, esa ciudad que se fundó bajo la sombra de la sagrada ceiba de los afrocubanos que combinan sus dioses y creencias de su África original con la religión católica traída por los españoles; hoy la santería ya no es privativa del pueblo negro, por la mezcla de sangres la practican también aquellos que no tienen identidad africana.

La Habana del 2014 ya no tiene a Fidel dirigiéndola, a no ser por sus reflexiones que se publican en el diario Granma, Raúl está llevando al país a una lenta transición de apertura económica al capital foráneo, al trabajo por cuenta propia, al emprendimiento privado; sin embargo, por alguna disposición constitucional hoy sé que esta cercano también su retiro de la escena política ya que no se permite la reelección para ningún cargo y pueden tener un mandato máximo de cinco años, tiempo que está transcurriendo; la interrogante queda planteada ¿la generación de relevo de la alta dirigencia cubana estará preparada para enfrentar los retos de una sociedad que demanda modernidad, inclusión en la voraz competencia tecnológica e inmersión total en esa sociedad del conocimiento que en un modelo socialista estaría planteando más dudas que certezas?

La Habana, capital de la Perla de las Antillas, sigue siendo cautivadora, cierto es que a veces parece que se viviría en un mega Macondo, de dimensiones gigantescas a las que imaginó García Márquez; sin embargo, en ella se vive y se respira ese realismo mágico que hace que ésta se invente y reinvente día a día y que por ello nos invite a descubrirla y redescubrirla permanentemente.


Para finalizar este breve comentario y utilizando una frase muy cubana diré que mucha juventud ha pasado desde aquel entonces.

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