CARNAVAL

Por: Francisco Ulloa Enríquez

El Carnaval es una de las fiestas paganas más antiguas, el origen parece estar ligado a: las celebraciones en honor a Baco, el dios  griego de la vendimia y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis; de igual manera, en la antigua Roma las saturnales y lupercales eran fiestas muy esperadas, las primeras, constituían un gran festejo para homenajear a Saturno, dios de la agricultura y las segundas tenían que ver con la historia de Rómulo y Remo y su crianza por una loba, era un tiempo sagrado y transitorio en que se comportaban como lobos humanos; también se dice que el carnaval tiene en su origen relación con los  homenajes al toro Apis de los egipcios, dios relacionado con la fertilidad de los rebaños, con el sol y el dios del Nilo.

Desde estos epicentros de poder político y cultural, la costumbre de los carnavales se expandió por Europa y llegó a América a través de los conquistadores españoles y portugueses en el siglo XV.

El carnaval (la palabra viene del latín <carnem levare> que significa “quitar la carne”) está asociado principalmente con los países de tradición católica, ya que se afirma que durante tres días la permisividad, los excesos y casi todas las licencias se constituyen en la antesala de la cuaresma que es tiempo de ayuno y meditación.

Por siglos el juego de Carnaval con agua ha recibido adjetivos calificativos de: salvaje, repugnante, impúdico, vergonzoso, propio del demonio, expresión del paganismo, culpable de desgracias naturales.

Resulta risible escuchar año tras año a varias autoridades locales y nacionales como llaman a “culturizar el carnaval”, sumándose por ignorancia al juzgamiento de una expresión cultural que tiene grandes diferencias en su forma de celebrarla en diversos lugares del mundo.

Si la característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol, no se debe intentar uniformizar una celebración, lo cauto y recomendable especialmente a quienes juzgan el juego con agua es conminar a hacerlo entre amigos sin agredir a terceras personas.

En la historia del Ecuador, el registro más antiguo que prohibía el juego con agua fue el Decreto expedido por el Congreso de 1868. Los jerarcas de la iglesia católica desde el siglo XVII han adoptado medidas para evitar los juegos con agua, a los que consideran muy propios del demonio.

Autoridades educativas amenazan con sanciones a los estudiantes que jueguen Carnaval con agua y desde las intendencias de policía se juega al gato y al ratón persiguiendo carnavaleros para sancionarlos. Medidas que no aportan mayormente para evitar potenciales agresiones.

Siempre he sostenido que un proceso permanente de educación ayudará a comprender mejor cualquier celebración, es por ello que vale la pena en este escrito explicar brevemente el porqué en muchos lugares del Ecuador el carnaval se juega con  agua y para ello me permito transcribir una referencia histórica efectuada por la Dirección de Cultura del Distrito Metropolitano de Quito:

“El Ecuador es el único país –salvo el sur de Colombia y el Norte del Perú- donde el carnaval se juega con agua. El origen de este “juego” es anterior a la llegada de los cuzqueños (incas) a lo que hoy es nuestro país y está relacionado con la llegada de las lluvias en el mes de febrero.

A partir de este fenómeno meteorológico que se presenta tanto en el norte como en el sur del país, los indígenas iniciaban las labores de siembra. Puesto que eran sociedades íntimamente vinculadas con el espíritu de los cuatro elementos primordiales del universo: tierra, agua, aire y fuego, sus ceremonias reflejaban siempre esta conexión sagrada. En este caso, se estaban uniendo el agua con la tierra, lo vertical con lo horizontal, lo celestial con lo terrenal, lo masculino con lo femenino que, meses más tarde, pariría la cosecha de granos y frutos que alimentaría a los pueblos.

Es entonces cuando tiene lugar un rito trascendente: el enfrentamiento con agua entre dos comunidades, hasta ocupar un pucará, monte ceremonial o centro sagrado. La batalla era tan intensa como significativa, pues la comunidad que lograra llegar primero, garantizaba de esta manera el favor de los dioses para con sus cosechas. Mientras esto sucedía, un hombre escogido para la ocasión y disfrazado con elementos vegetales, era agasajado en cada casa de cada comunidad, con abundante licor y comida.

Este personaje mítico, juguetón y coqueto, que luego se empezaría a llamar el “Taita Carnaval”, era en realidad el “representante” de la Tierra, de la amada Pacha Mama, y cuanto mejor lo tratara la comunidad, mejor serían las cosechas venideras.

Así, estos dos rituales sagrados en los que intervenían tanto el Agua como la Tierra, estuvieron arraigados en el alma de los pueblos indígenas, mucho antes de que la festividad del Carnaval se afincara en lo que hoy es nuestro país. Como recuerdo lejano de esos tiempos, el pueblo –olvidando su origen- adoptó los enfrentamientos con agua como un simple juego que en muchas ocasiones se ha tornado pretexto para la agresión, en tanto que aún hoy, a lo largo del mes de febrero, el “Taita Carnaval” recorre bailando y cantando, muchas comunidades indígenas de la Sierra ecuatoriana, pues, como dice la canción: “a la voz del Carnaval, todo el mundo se levanta, todo el mundo se levanta, qué bonito es Carnaval...”.

Si las raíces del Carnaval ecuatoriano están vinculadas con la fiesta indígena de fin del año solar o Paucar Huatay (culminación del ciclo agrícola y la inauguración de otro), la gran mayoría de mestizos lo vinculamos al preámbulo religioso de la cuaresma. En todo caso, la vigencia del ritual del Carnaval tiene un sentimiento popular, pero con diversas manifestaciones, al finalizar el mismo tiene la virtud de unir a la gente del pueblo y lo hace a través de cinco elementos comunes: comida, agua, canciones, baile y coplas.

Y como cantaría Celia Cruz:

“Todo aquel que piense que la vida es desigual

tiene que saber que no es así,

que la vida es una hermosura;

hay que vivirla.

Todo aquel que piense que está solo y que esta mal

tiene que saber que no es así,

que en la vida no hay nadie solo;

siempre hay alguien.

Ay, no hay que llorar

pues la vida es un carnaval

y es más bello vivir cantando

Oh oh oh, ay, no hay que llorar

pues la vida es un carnaval

y las penas se van cantando”.